Patria, Nación y Estado en la identidad Puertorriqueña


Es considerado completamente normal, que en cualquier discusión de índole académico, pueda hacerse mención de términos como: patria, nación o estado; conceptos que en ocasiones sus significados son trastocados, empleándose como términos intercambiables, con el objetivo de adelantar connotaciones legitimadoras a concepciones políticas e ideológicas. Es imperativo que se mantengan éstos términos correctamente delimitados en su justa perspectiva y en un lenguaje científico político donde se establezca la diferencia correspondiente, máxime cuando los mismos aluden a profundos debates de nuestra realidad política.

Etimológicamente, la patria es la terra patria, la tierra de los padres, de los antepasados. Esto sugiere que la patria implica cierta proximidad, una continuidad en el tiempo. Al referirnos al término patria, suelen surgir dos imágenes en nuestra mente. Una del terruño, la del lugar natal: la ciudad, el pueblo, la montaña o el campo. La otra podría ser una porción del mapa terrestre, elementos en común, o quizás algún aire de familia que represente nuestros sueños y anhelos. Es aquí donde el concepto patria comienza a formar parte de nuestra conciencia, más allá de elementos sentimentales, se transforma en una realidad compleja.

Constituye un error inadmisible, confundir la noción de patria con elementos que caracterizan otros órdenes de la vida humana, como por ejemplo el idioma. En Suiza se hablan cuatro idiomas y existe una sola patria; en Hispanoamérica se habla un solo idioma y coexisten veinte patrias. La raza es otro elemento que suele confundirse como distintivo de la patria, cuando en realidad la raza no es más que un hecho biológico. En ocasiones, el sentimiento religioso y el sentimiento patriótico se confunden, pero en la mayoría de los países se practican distintas religiones, y persiste un solo sentimiento patriótico.

Varias tesis tradicionalistas consideran, que la patria es, primordialmente una tradición histórica, un "recuerdo de las cosas hechas en común. Esto no debe cancelar el hecho de que la patria debe proyectarse hacia el futuro, de las realizaciones y proyectos que se pretenden llevar a cabo.

Si resumimos nuestros planteamientos, patria se define como una tradición histórica y una voluntad política, esto enmarcado en una vigorosa voluntad de igualdad y progreso común. Sin menospreciar que se trata de un sentimiento colectivo que tiende a expresarse por medio de mitos aglutinantes; símbolos que carecen de sentido, si se les analiza racionalmente, pero juegan un papel importante en lo que a la forja del sentimiento patriótico se refiere. Emblemas como: escudos, banderas, colores e insignias que no son más que productos de la imaginación de alguna persona, generalmente dotada de autoridad, que en virtud de su poder los impone y en adelante se veneran con fervor mítico, hasta alcanzar un grado de intocabilidad casi sagrada. Sin embargo, debe quedar totalmente claro que como fenómeno histórico este es perecedero y no un cuerpo inmortal.

Por otro lado, la nación es una invención moderna que proviene del latín natio, que deriva del verbo nacer. A pesar de esto, no existe un consenso en torno a la definición de nación. Una de las tesis más aceptadas en los debates concernientes a este tema, plantea la nación como la articulación de un proyecto político e ideológico como resultado de la coalición entre la élite política y económica que ha logrado imponerse sobre otros, el cual construye una identidad general, utilizando dispositivos como el lenguaje y factores culturales.

Los estudios mas recientes sobre nacionalismo han analizado las formas en que facciones políticas e ideológicas contribuyen a la formación de un pensamiento que homogeneiza las diferencias de costumbres, de geografía, y hasta etnográficas; creando el mito de la nación y de la identidad nacional.

La idea de que la nación fue creada, tiene sus fundamentos en que el lenguaje, la tradición, la raza y la geografía no son suficientes para definir la existencia nacional. La nación llega a ser un constructo imaginario que se sostiene entre otras cosas, con la producción de literatura imaginativa y por la intervención de un aparato de ficción cultural, con el objetivo de imponer un proyecto con matices políticas y económicas. Podemos confirmar esto revisando diversas manifestaciones artísticas, como en textos emblemáticos del quehacer cultural puertorriqueño contemporáneo. Si escogemos algunos a manera de ejemplo, es posible observar que tanto en Las tribulaciones de Jonás de Edgardo Rodríguez Juliá como en Felices Días, tío Sergio de Magali García Ramis, como en el film de Marcos Zurinaga y Ana Lydia Vega, La Gran Fiesta,(entre otros) el nacionalismo que intentan proyectar opera como un referente básico de las diversas narrativas y alegadas expresiones nacionalistas de los puertorriqueños. Puede percibirse como tratan de generar una interpelación discursiva para presentar relatos de integración e identidad nacional que a la larga contribuyan a lo que pretenden sea la categoría con la cual se manifiesta el "sentimiento nacional.

En cambio, el estado o la sociedad política en términos generales, podríamos definirla como la estructura política y jurídica a la cual se le encomienda la promoción del bien común tanto de la colectividad civil como política, en otras palabras, al conjunto de aparatos e instituciones que usualmente, por vicios del lenguaje solemos llamar gobierno. Por su estructura, los estados pueden ser sumamente simples, como repúblicas unitarias o extraordinariamente complejos, como los países con estructura federal. La autoridad estatal puede asumir tres esferas de poder: el legislativo, que elabora las leyes; el ejecutivo, que las aplica; y el judicial, que las interpreta. Debe existir entre los mismos una estricta división, clave en el balance de poder de los estados democráticos.

Existen diferencias de opinión en lo que se refiere al origen, naturaleza, funcionamiento y finalidades del complejo fenómeno que llamamos estado; pero la mayoría de los autores están de acuerdo en que el estado debe tener un fin político de fiscalizador. No coincidimos con aquellos que le atribuyen al estado funciones asfixiantes a la sociedad civil, un estado que interviene en la actividad económica como interventor y regulador, que trata de eliminar las desigualdades sociales, logrando únicamente una espantosa burocracia y aberrante ineficiencia en detrimento de la ciudadanía. Un estado donde el actor principal no es el mercado con la mediación de la ley del mercado, la cual genera una saludable competencia, sino un estado donde las decisiones se encuentran centralizadas por unos pocos y no en representación de la sociedad civil.

Parece ser que algunos no comprenden que no es el estado, sino el ciudadano individual en su disfrute como parte de la sociedad civil, quien genera la riqueza mediante instrumentos como el esfuerzo propio, el sistema de ahorro e inversiones locales y extranjeras, en el contexto de una economía de mercado, sin permitir la proliferación de monopolios públicos ni privados en la protección del consumidor Esta propuesta no solo fue defendida por Adam Smith, sino que proviene de la experiencia histórica global que ha sobrevivido a pesar de todos los intentos fallidos de experimentos y aventuras socialistas que solo han logrado el descalabro de una inmensidad de economías, que hoy se encuentran inmersas en la miseria y la desesperación.

Ahora bien, si nos insertamos en una forma estrictamente superficial en el debate político sobre la existencia de la llamada "identidad nacional puertorriqueña; podemos mencionar algunas aserciones que intentaron construir la "nación puertorriqueña, mediante la activación de discursos que iban desde retóricas populistas hasta ribetes proto-facistas. Estas aseveraciones ambicionaron la formulación e integración de mitos, que de alguna forma buscaban una interpelación sentimental para cumplimentar sus utopías políticas, que no eran otras que la de la "nación puertorriqueña.

Para el siglo XIX, ningún país latinoamericano había obtenido la independencia como resultado de un proceso de formación nacional, sino por la urgencia de desarrollar una estructura política y jurídica que impusiera y garantizara el predominio de un plan político y económico de una clase política hegemónica, que en la mayoría de los casos desembocaron en regímenes dictatoriales de índole caudillista basadas en el poder de la fuerza militar.

En un marcado contraste a esto, el caso de Puerto Rico afortunadamente no siguió la ruta de otros territorios latinoamericanos, beneficiado por la oportuna intervención norteamericana, la cual trajo consigo una tradición verdaderamente democrática que apartó a Puerto Rico de lo que hubiera sido un trágico desenlace.

Inclusive para Hostos, la sociedad puertorriqueña en ese momento (1898) carecía de una identidad nacional, que se encontraba, según él, en un grado primario de desarrollo y formación. Una sociedad como afirmara el padre del separatismo Ramón Emeterio Betances: "Los puertorriqueños no querían la independencia; obviamente Betances estaba consiente de que el proyecto que impulsó la insurreción de Lares fue uno totalmente ajeno a una visión nacionalista; respondiendo más bien a un interés estrictamente económico.

De la misma forma, vemos otras definiciones de la "nación puertorriqueña como la que ofreció Pedro Albizu Campos, en un discurso conservador pero radical en sus actos, legitimando el uso de la fuerza y la violencia extrema, en aras de impulsar su propio proyecto nacionalista. Para esto, Albizu recurrió a una tergiversación de la realidad histórica, llegando a referirse al régimen español en Puerto Rico como: "La vieja felicidad colectiva. Precursor de esa realidad contradictoria y desesperada, no era extraño que Albizu viera su proyecto político dirigirse por la senda del fracaso.

En repetidas ocasiones, círculos intelectuales han puntualizado que la cultura es eje central para la formación de la "nación. Además plantean que la influencia de la cultura norteamericana en Puerto Rico ha impedido la formación de una cultura nacional puertorriqueña. Afirmaciones que consideramos además de retrógradas, completamente desatinadas. La alegada incursión cultural norteamericana en Puerto Rico no es un hecho negable, pero visto en la realidad como un proceso natural en el desarrollo de cualquier pueblo del mundo, que para nada debe confundirse con un proceso de trasculturación o pérdida de puertorriqueñidad, sino más bien como un proceso ecléctico en el cual la cultura puertorriqueña se ve enriquecida por el contacto de otras culturas. Hecho que ilustró José Luis González en su obra: "El país de cuatro pisos en la cual afirmó: "La cultura popular que, bajo el régimen norteamericano, no ha sufrido nada que pueda definirse como un deterioro, sino más bien como un desarrollo....

Para Bronislaw Malinowsky en su: Teoría funcional de la cultura, la cultura se presenta como el quehacer diario del ser humano para la satisfacción de sus necesidades cotidianas; además Malinowsky hace referencia de la cultura como: "...las realizaciones cumulativas de generaciones, con formas y medios, mediante los cuales se transmite de una generación a otra esta herencia común.

Nos parece entonces absurdo que cualquier relación política que pueda sostener el pueblo puertorriqueño, pueda de alguna forma afectar su cultura, siendo esta las realización cotidiana de ese pueblo para la satisfacción de sus necesidades y la delegación de esos actos generación tras generación. A fín de cuentas, es en última instancia, el propio pueblo en su carácter individual y colectivo, el arquitecto de su cultura, y como manifiesta nuestra propia Constitución, en la que se destaca que la isla es cuna de las dos grandes culturas que coexisten en el hemisferio americano. Es bajo esta realidad innegable, que Puerto Rico ha sabido afrontar y nunca se ha dejado vencer por intentos de someter a la voluntad de la mayoría ningún proyecto político ni económico que pretenda fabricar una infundada nación puertorriqueña, con el propósito de impulsar intereses particulares que desemboquen en una antítesis de sus más fundamentales costumbres democráticas.

Luis D. Ortega, ortega@justicemail.com



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